Hace muy pocos años, con la crisis económica ya algo avanzada, se ha venido forjando una opinión cada vez más fuerte y extendida a través de los medios de comunicación, de que los robots están a punto de acabar con nuestros puestos de trabajo, cosa que yo, personalmente siempre he escuchado con cara de póquer.
La industria está robotizada y mecanizada desde hace al menos 30 años. En algunos sectores incluso desde hace un siglo.
¿No nos la estarán intentando colar?.
A mi me parece una excusa para justificar las altas tasas de paro y la precariedad laboral, sin tener que ponerse a trabajar para solucionarlo.
La gestión pública eficiente ha perdido toda la importancia en pos del márketing político y hemos permitido que el Congreso (nada menos que el poder legislativo) se convierta en un gran «Sálvame», y que los partidos políticos sean como equipos de fútbol en los que vamos con los «nuestros» hagan lo que hagan, y los «otros» son el enemigo; el mal personificado.
Como el típico equipo que siempre pierde por culpa del árbitro, o porque hace viento, o porque llueve, o por cualquier otra chorrada, y hay que apoyarlo igual porque es el nuestro.
En realidad no es que no lo puedan hacer mejor. Lo que están están haciendo es lo que vende en televisión y en redes sociales: el conflicto en situaciones de crisis. Un campo abonado para cualquier extremismo. Las redes sociales le añaden a la indignación el motor V8.
No podemos presumir de espíritu crítico si ello no lleva implícito el autocrítico; no podemos ser críticos con los políticos que no nos gustan, si no lo somos de igual forma con los que nos gustan.
Ninguno de ellos tiene razón en todo, aunque acierte en las formas, igual que ninguno se equivoca en todo, aunque no acierte con las formas.
Cuando las cosas van mal hay que buscar culpables.
Hace años que, gobierne quien gobierne, se pasará toda la legislatura culpabilizando de todo a los anteriores, o a la oposición, o a la UE, o a cualquiera que se les cruce por delante.
Sus votantes/seguidores se indignarán contra los supuestos culpables, y los supuestos culpables se indignarán con quien les culpabilice. Así se crean votantes fieles y sumisos.
No importa cómo gestionen si lo venden bien a sus votantes y a la opinión pública.
Y creo que de ese márketing político es de donde viene el tema que hoy nos ocupa.
Es más fácil crear un culpable y centrar en él toda nuestra atención, que solucionar el problema.
Es innegable que en los últimos años, los avances informáticos han sido enormes y nos tenemos que adaptar a ellos, pero no hay ningún dato fehaciente de que esto esté eliminando puestos de trabajo de forma generalizada, más que en situaciones puntuales.
Siempre que se produce un gran avance tecnológico hay un gran «boom» comercial que luego se desinfla rápidamente, para luego ir adaptándose poco a poco a la sociedad.
Leía hoy un artículo en un gran medio de comunicación que decía que más allá del miedo a que nos quite el puesto de trabajo, la tecnología y sus avances, en realidad, lo que harán y ya están haciendo, es facilitar la labor del trabajador, e incluso crear puestos de trabajo.
Os pongo mi ejemplo personal: esta tienda tiene base en una ciudad pequeña y en decadencia, muy envejecida y sin futuro aparente.
Sin embargo las nuevas tecnologías nos permiten crear una tienda dinámica, actualizada y en permanente trayectoria ascendente, al día de todas las nuevas tendencias y con clientes por la totalidad de la geografía española.
Si no, yo estaría probablemente en el paro, habría emigrado, o tendría un trabajo precario en una empresa en constante riesgo de quiebra.
Así, pago los impuestos de esta tienda, que son muchísimos, y además, en todo lo que es posible, compro en comercios locales, poniendo mi granito de arena.
Pero esto no sería posible sin las nuevas tecnologías.
Os pongo un buen ejemplo de en qué podría beneficiar a esta tienda (y a todo lo que genera por extensión) que haya más tecnología:
La ropa táctica es la enseña de esta tienda y Pentagon es su marca estrella, pero tiene base en Grecia.
No me puedo permitir tener un enorme stock de sus productos, como otras tiendas mucho más grandes por lo que tengo que pedir remesas semanalmente. Esto me pone en una situación de desventaja frente a otras tiendas más poderosas.
Los clientes quieren los productos por los que pagan, lo antes posible, lógicamente.
Pero el proceso de recibir una remesa desde Grecia, tarda entre siete y nueve días desde el momento que sale de allí.
En ese proceso de, pongamos ocho días, intervienen un mínimo de dos aviones, dos tráiler y tres furgonetas, además de dos «Hub» (grandes centros logísticos).
Un valor descomunal en equipo para un proceso en el que intervienen poco más de diez trabajadores de forma directa.
Si una trayectoria que se puede hacer en pocas horas se retrasa hasta ocho días, convierten a este en un proceso arcaico, desfasado y además carísimo.
La optimización de ese proceso de envío no tiene por qué significar una pérdida de puestos de trabajo, aunque sí una reasignación de los mismos.
¿Cuantas personas se necesitarían para controlar una cantidad de drones de carga, con menos paradas intermedias pero más eficientes, hasta llegar aquí?. Probablemente las mismas o más de las que intervienen en el actual proceso.
Además abarataría dicho proceso, dando la opción (quizá utópica pero posible) de aumentar los salarios de esos trabajadores.
Una gestión más eficiente de ese transporte, además de abaratar costes, favorecerá un mayor volumen de negocio y a su vez, un mayor volumen de negocio generará más puestos de trabajo en el transporte.
Nos permitiría competir de forma más justa con grandes plataformas de venta por todos conocidas, pero con una notable diferencia:
Que esas grandes plataformas, deslocalizadas, han dejado de ser un valor socioeconómico para convertirse en un valor exclusivamente económico.
Dependen del mercado bursátil y de tener contentos a los accionistas, por eso son las únicas interesadas en robotizar todo el proceso, creando grandes beneficios, pero una economía insostenible.
Además pagan, en proporción, una cantidad ridícula de impuestos bajo el reclamo de los beneficios fiscales por ser grande empresas, para que inviertan y creen puestos de trabajo, cuando en realidad, lo que invierten es cada vez menos y cada vez crean menos puestos de trabajo.
Los conocidos gurús de esas grandes empresas globales, a los que tenemos como los actuales filósofos, son los que hablan de un futuro robotizado como si fueran visionarios.
Lo que están haciendo es crear la necesidad sobre un producto que ellos mismos van a fabricar, del que van a hacer uso, y del que se van a beneficiar de forma descomunal.
Con todo esto quiero decir que, salvo excepciones, las pequeñas o medianas empresas tenemos conciencia de comunidad y creamos o crearemos puestos de trabajo decentes, dentro de nuestras posibilidades.
No porque seamos más buenos (que puede ser o no), si no porque es la única forma que tenemos de crecer.
Si a mi me va bien, a las empresas de las que soy cliente les irá bien, incluyendo las locales, y como consecuencia de ello, sus trabajadores podrán comprar en mi tienda.
Es la forma «fría» de verlo pero es la única manera de crear una economía sostenible.
Las grandes plataformas son cada vez clientes de menos empresas, porque cada vez se ocupan ellos mismos de más aspectos del proceso, a la vez que crean la falsa opinión de que hay que robotizarlo todo.
Eso les lleva a unos beneficios cada vez mayores, a la vez que reinvierten cada vez menos de ese dinero en el proceso, y por consiguiente en la sociedad.
Los robots y la tecnología son más eficientes en términos económicos pero carecen de profesionalidad y de humanidad; un valor imprescindible en una empresa sostenible.
No me gustaría que si un día queréis contactar con esta tienda os responda un robot. Sonará muy idealista pero confío mas en la profesionalidad humana.
Sin embargo, la persona que os atienda sí podrá prestar un mejor servicio si tiene la tecnología necesaria que le facilite el acceso a toda la información que deba estar disponible para un cliente.
La tecnología y la robotización serán un bien para la humanidad siempre que las veamos como valor socioeconómico, y no como exclusivamente económico.
Ya sólo falta que los políticos se pongan a trabajar en lo que les compete, cuando nosotros los valoremos por lo que hacen, y no por lo bien que se quejan.
No dejéis que os la cuelen.