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El Final de la Democracia

Los Tres Pilares

Por muy apocalíptico que pueda sonar hoy el título de este artículo, nada tiene que ver con la crisis que estamos viviendo en todo el mundo con el Coronavirus. Es un artículo al que llevo muchas semanas dándole vueltas. Y aclarado esto, vamos al tema:

Más allá de alguna elocuente frase de algún elocuente académico, o de alguien que pretende ambas cosas, en lo que respecta a todos los currantes de a pie en el mundo en el que vivimos hoy en día, la salud democrática depende de tres pilares fundamentales: la política, la educación y los medios de comunicación.

Los tres se necesitan entre ellos y, como en un taburete de tres patas, si uno de ellos se rompe, los otros dos caerán también.

Y en ese proceso de rotura estamos. Y todo el problema tiene el mismo origen y el mismo final: nuestro espíritu crítico (o su ausencia), y los tres pilares son el medio que estamos usando nosotros mismos para destruir la salud democrática al crear un «control de calidad» cada vez más débil para esos pilares, exigiéndoles cada vez menos excelencia.

El-Final-de-la-Democracia
Foto: Luis Polo

La Educación

Se relaciona con la política, como sabemos, en que son los gobiernos los que crean las leyes por las que circula todo nuestro nuestro proceso educativo académico.

Y se relaciona con los medios de comunicación, en que la educación que necesitamos no es sólo académica, sino democrática también, y es de los medios de comunicación de quien depende esta última, aunque en esto entraremos en el punto siguiente.

Desde que estamos en democracia, los partidos que han gobernado han hecho las políticas educativas que han querido y cada uno de ellos ha cambiado la del anterior.

Esto, para izquierda, derecha y centro, es necesariamente porque a cada uno de ellos les afecta políticamente, de una o de otra manera. Si la educación académica fuera exclusivamente académica, a ningún partido político le afectaría y ninguno tendría el menor interés en tocar lo que no le compete.

La causa principal es que no hemos sido suficientemente exigentes con la clase política, y la causa secundaria, es que hemos dejado en manos de las escuelas cada vez más cosas que deberían de ser responsabilidad de los padres, porque ahí es donde hay y siempre habrá diferencias insalvables.

Así, estamos recibiendo una enseñanza con poca exigencia de calidad, como un mero trámite, en lugar de recibir una enseñanza con rigor, y que promueva nuestro aprendizaje con libertad crítica, que es la que conduce a la autosuficiencia intelectual y en la que profundizaremos más adelante.

Por ejemplo, hay quien dice que la enseñanza del espíritu crítico se termina en el momento en el que se elimina la filosofía de la enseñanza, y otros que dicen que la asignatura de filosofía no sirve para nada.

Yo creo que ambos tienen razón.

La filosofía no sirve para nada si no te enseñan como aplicarla a tu día a día, a tu intelecto. Igual que en matemáticas te explicaron por qué dos mas dos son cuatro, con cuatro palitos. Si simplemente tuvieras que memorizar el resultado sería completamente inútil. Pero si te enseñan el por qué y para qué te sirve, es una herramienta personal de enorme y básica utilidad.

Es en puntos como ese donde deberíamos de ser críticos y exigir.

Nunca hemos exigido separación de poderes entre la política y la educación (aunque sea pública), ni nos han enseñado a reclamar una enseñanza académica de calidad a los responsables académicos. No deberíamos estar discutiendo qué partido hace las mejores leyes de educación, sino exigiendo a los consejos académicos una calidad de enseñanza sin mácula.

La política, como servicio público que es en democracia, debería simplemente de garantizar el acceso de todos a la educación y valorar la carrera de enseñanza como se merece, para atraer a ella a profesionales de calidad.

Creo que la enseñanza debería de conducir al interés por el aprendizaje, con pensamiento lógico y libre, en el sentido en que nos conduzca a la autosuficiencia intelectual, y que nos lleve, como un método científico, a plantearnos de nuestras propias ideas y convicciones el «por qué» (crítico) y el «por qué no» (autocrítico), y cuyo método de enseñanza no sea, al fin, tanto el de saber si no la satisfacción por aprender, que es algo que nos debería de acompañar durante toda nuestra vida.

Los Medios de Comunicación

Se relacionan con la política en que es el cauce por el que nos llegan todas las palabras y todas las decisiones que toman los políticos, ya sean gobierno u oposición.

Y se relacionan con la educación porque, como decíamos antes, es de quien depende nuestra educación democrática.

Lógicamente, con educación democrática no me refiero a nuestro conocimiento de la misma, sino al juicio que hacemos de las actuaciones políticas que afectan al proceso democrático libre.

No hemos sido suficientemente exigentes cuando los medios de comunicación han tomado partido por vertientes políticas, lo que a su vez ha generado que vertientes políticas hayan tomado partido por medios de comunicación, donde sí hemos sido críticos, llevando, como consecuencia, cada vez más a la polarización política.

Que seamos críticos cuando las facciones políticas toman partido por medios de comunicación, pero no cuando los medios de comunicación, en principio independientes, toman partido por vertientes políticas, es la pescadilla que se muerde la cola y somos nosotros mismos los que estamos creando el problema.

En el mismo bote que la prensa van las redes sociales, que son medios de comunicación con mayúsculas, y donde el control del «Big Data», donde van incluidas todas nuestras preferencias, hace que la información se dirija a las emociones, no al intelecto, exactamente igual que la publicidad..

De ahí el bum de las «fake news» o noticias falsas que nos rodean por todas partes y cuyo nombre no se debería de referir sólo a los bulos, si no también a las informaciones sesgadas y dirigidas. A que nos digan lo que queremos oír, no a lo que deberíamos oír como ciudadanos de una democracia sana. Una media verdad no es una verdad.

La información dirigida a las emociones crea nuestro interés en noticias que nos indignan políticamente, más que en noticias que nos educan democráticamente.

Eso elimina el periodismo crítico y despolitizado, porque nadie lo quiere leer.

Las declaraciones políticas se contraen a frases grandilocuentes que destaquen el mal que nos están haciendo o nos hicieron los del bando contrario. El victimismo. El dardo a las emociones que tapa el análisis intelectual, el mismo que en publicidad nos lleva a comprar algo que no necesitamos, y que en la información periodística destaca la bajeza y la incompetencia que caracteriza al bando contrario.

Si eso es lo que queremos leer, eso es lo que nos escribirán para crear un vínculo de acuerdo entre el que escribe (o habla) y el que lee (o escucha).

Pero si hablan mal de los míos, ni los leo ni los escucho porque no son periodismo de verdad.

Y el político, ¿para qué va a replicar a ese medio si sus votantes no lo leen?.

Todas las noticias de medios conocidos y consolidados son verdad. Nos las explican con citas y con datos. No seré yo quien trate de mentirosos a esos medios de comunicación porque no pienso que lo sean.

La crítica hacia ellos es: sobre la noticia que me cuentas, ¿por qué me la cuentas y cómo me la cuentas?. ¿Buscas que me informe de forma crítica y libre o buscas mis emociones para que sea tu seguidor?.

Me cuenten lo que me cuenten, por más que me guste leerlo/escucharlo o mueva mis emociones, lo voy a juzgar según el libre criterio que debería de tener según mi autosuficiencia intelectual.

Si no juzgo toda la información u opiniones que me llegan, y las doy por absolutamente ciertas o totalmente falsas, no estoy ejerciendo mi derecho democrático, y este se degrada inevitablemente. Si no me dan toda la información necesaria para que pueda tener un criterio justamente formado, los valores democráticos desaparecen.

Si no exijo esto, estoy renunciando voluntariamente a mi autosuficiencia intelectual.

La política

Se relaciona con las anteriores por todos los motivos que hemos hablado hasta ahora. De la política y sus líderes electos emergen las leyes, y todos esos líderes hacen llegar su discurso a través de los medios de comunicación.

La consecuencia de deteriorar los dos puntos anteriores es que obviemos la crítica real con los de nuestro bando, es decir, la autocrítica, lo que genera que se rebaje el nivel de exigencia sobre quién lidera, lo que a su vez, genera que los del bando contrario lo critiquen con más razón, y viceversa.

Así, todos los bandos tienen la absoluta certeza de tener la razón, porque en realidad la tienen.

Esta espiral es la que genera la aparición de los extremismos de ultra izquierda y ultra derecha. El uno no tiene sentido sin el otro y se retroalimentan. El hecho de que alguien promueva políticas de uno de los dos extremos es lo que genera en sí mismo que el otro extremo necesite combatirlas con lo opuesto. Esto nos lleva directamente a los dos párrafos anteriores.

Todo se resume a la falta de crítica y autocrítica.

Por ejemplo, y ya sin entrar en el problema de la corrupción generalizada, esos chiringuitos políticos de los que tanto se habla ahora, o el despilfarro de décadas que ha generado gastos descomunales para el contribuyente, no son nada nuevo; llevan décadas con nosotros y ningún partido los ha detenido ni los detendrá. Todos los que tengamos más de cuarenta años lo supimos siempre, en mayor o menor medida.

Algunas veces hemos puesto el grito en el cielo por esos temas pero al final, hemos terminado pasándolo por alto y sólo nos hemos acordado cuando gobernó el otro, y sobretodo cuando llegó la gran crisis del 2008. Y señalamos a los políticos como los culpables, como si no los hubiéramos puesto nosotros en el cargo.

La culpa siempre es de los demás.

Como ya comenté en mis artículos sobre las consecuencias de la robótica y sobre la felicidad, la crítica no es tal ni tiene sentido si no va acompañada de autocrítica.

Ese criterio es el único que nos puede llevar a la autosuficiencia intelectual que nos otorga el que es de verdad el voto libre. Si no nos otorgamos a nosotros mismos la libertad de la autosuficiencia intelectual, nuestro voto siempre estará veladamente dirigido.

Si sólo somos críticos con el contrario, es que no somos críticos, somos mascotas, como el perro de presa que defiende a su dueño sin juzgar si su dueño merece ser defendido.

El final de la democracia llega en el momento en que los partidos o vertientes políticas, en vez de votantes, tienen seguidores con todo el orgullo del mundo de serlo.

En esta situación, seguiremos votando en las elecciones, convencidos de que el buen gobierno depende de nuestro buen criterio, y la culpa de que no tengamos un buen gobierno es de los demás por lo que nos han dejado, mientras la libertad democrática y los valores de justicia van desapareciendo, poco a poco pero sin pausa.

Nos hemos vendido gratis. La causa de que tengamos lo que tenemos es exclusivamente nosotros mismos, seamos del bando que seamos.

La virtud o el defecto de cada uno de estos pilares se alimenta de los otros dos directamente. Como el ejemplo del taburete que ponía al principio, si permitimos que un pilar se deteriore, los otros dos no podrán soportar todo el peso de una democracia sana, y por el contrario, aumentar la calidad de uno de ellos, generará inevitablemente la seguridad de los otros dos.

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