La leyenda a la que me refiero es John Mayall y a toda su generación.
Hace dos años (2017) tuve la oportunidad privilegiada de verlo en concierto en Coruña pensando que, con toda probabilidad, sería la última. Pues ayer de noche la volví a tener.
Con nada menos que 85 años y a punto de cumplir 86, un hombre que nació dos años antes que Elvis Presley, en 1933, cinco minutos antes del concierto estaba vendiendo y firmando discos de tú a tú con el público, a la entrada.
Después dio un concierto de dos horas en un teatro en el que puso al público de pie, con un sonido potentísimo y al salir, pasadas las once de la noche, ya estaba otra vez en la entrada firmando discos entre la multitud. Así un día, y otro día, y otro día…
En prensa leí que en los próximos doce días sólo descansará uno.
Esto puede parecer una barbaridad innecesaria para algunos pero la generación a la que pertenece está fabricada de un material diferente al nuestro.
Es la generación que hace que nuestra sociedad tenga la esperanza de vida que tiene (y que las siguientes se encargarán de rebajar en su momento), con una ética de trabajo que ya no volveremos a ver.
Para quienes no lo conozcáis, John Mayall fue uno de los principales promotores de popularizar el blues americano en la Gran Bretaña de los años 60 (cuando ya no era ningún niño) y que inmediatamente, ese éxito se trasladaría a Estados Unidos, transformando las raíces del rock tal y como lo conocemos hoy en día.
Muchas figuras clásicas del blues y del rock le deben su éxito al movimiento conocido como British Invasion, que hizo por la música tanto como habían hecho Elvis o Chuck Berry, y que transformaron y dieron vida al rock cuando estaba en una situación parecida a la que está hoy en día: moribundo.
No sé si es porque no tenemos la misma educación laboral, porque somos más vagos, o porque ahora el trabajo no se recompensa, pero hoy no tenemos una generación capaz de hacer cosas como las que hizo la suya, con esa ética laboral, esa extraordinaria resiliencia y esa fertilidad artística.
Vaya desde aquí toda mi admiración y reconocimiento a la generación de nuestros padres y abuelos, capaces de hacer lo que nosotros no haremos jamás.