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El Paso Stelvio (Stilfserjoch, Passo dello Stelvio) es sin duda el puerto de montaña alpino más emblemático y famoso de todos. Ver su inverosímil trazado desde la cumbre es algo que se te queda en la retina para siempre. Si el simple hecho de que un conjunto de carreteras se conviertan en un reconocido destino turístico, nos saca una sonrisa de complicidad a más de uno, el Stelvio nos abrirá la boca de oreja a oreja. Circular entre coches, bicis, furgonetas y una innumerable cantidad de motos, sabiendo que prácticamente todos están ahí simplemente para disfrutar de esa carretera crea un ambiente de cordialidad inigualable; esto es un hecho común en estos puertos de montaña.

A mi personalmente, aunque esté entre las tres mejores carreteras que haya recorrido nunca, me pareció que su espectacularidad es más visual que activa, es decir: ver el trazado desde la cumbre y la construcción de una carretera donde parecería imposible ser construida, es algo inolvidable y que me gustó mucho más que en ningún otro pero a la hora de recorrerlo hay luces y sombras.

Si entramos en el puerto desde Bormio, en el ascenso pasamos por varios túneles y uno de ellos, el más bonito de todos va haciendo curvas a izquierda y derecha con paredes en roca viva que sin embargo, tiene la anchura casi exacta de una furgoneta, con el engorro que eso puede conllevar si te encuentras de frente con otro vehículo. Algo bastante probable ya que el tráfico en este paso de montaña no es poco, especialmente en verano.

Cuando inicias el descenso entras en la zona más sinuosa de todo el puerto; la carretera se estrecha y las curvas son tan cerradas y tan cortas que coches y furgonetas necesitan los dos carriles para hacer el giro, con lo cual estás parando continuamente para facilitar el tráfico. Aquí es donde se concentran el mayor número de curvas que tan famoso hacen a este puerto y es realmente impresionante pero también tengo que reconocer que en algún momento tuve la sensación (no sé si por el cansancio de llevar acumulados muchos kilómetros de viaje) de que iba a estar eternamente dando las dos mismas curvas y sin embargo, ese mismo día, después del Stelvio cruzamos el sobrecogedor Timmelsjoch y no tuve esa sensación.

Son sólo dos apreciaciones que no quitan que el Stelvio sea una auténtica maravilla y sin duda espero poder volverlo a cruzar muchas veces.

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