Un Nuevo Comienzo
Esta mañana, en el motel de las afueras de Boulder, aunque he dormido mis horas habituales, unas siete y media aproximadamente, me he despertado con la sensación de haber descansado como hacía mucho que no descansaba. Me siento fresco y vigoroso como si fuera el primer día de viaje.
Es muy temprano y estoy a apenas veinte minutos de la presa Hoover por lo que me tomaré mi tiempo para desayunar y leer algún periódico, y terminar de escribir y entregar algunas cartas para el correo, mientras espero a que el sol empiece a salir. No quiero perderme una buena vista de la presa.
Me he puesto al día sobre las noticias y buena parte del país está emocionado porque están seguros de que, en cuanto termine el mandato de Truman, el próximo presidente será Eisenhower. Yo no soy partidario de la idea de poner a un militar al frente de una democracia pero este hombre quizá haga algo bueno. Apenas hace siete años que los que estuvimos en el frente le admirábamos y respetábamos como líder. Aunque no es lo mismo dirigir a los ejércitos que dirigir un país. Ya se verá.
El interés por la política es mucho mayor en las ciudades que en el campo. Mientras estuve en Los Ángeles tuve que ponerme al día sobre ella porque era un tema de conversación habitual y he seguido con esa costumbre pero, aunque sí me interesan las noticias de carácter general, mi interés por la política no ha conseguido despertar. Me cuesta mucho fiarme de alguien que ansía poder sobre la población. No desprecio a los políticos, por lo menos en su mayoría, pero ha habido muy pocos que se hayan ganado mi respeto.
Ya en la presa, con las primeras luces del día, la vista es realmente espectacular. Es una obra de ingeniería colosal e imponente. Su construcción no sólo es de admirar para la vista y por su utilidad, además ha ayudado a salir adelante a muchas familias tras la Gran Depresión.
Se me hace evidente que mi estado de ánimo ha cambiado radicalmente desde ayer en Boulder. No ya en lo que respecta a lo que va de viaje si no a todo este último año, que ha sido el más largo y difícil de mi vida. Siento como si hubiera dormido una semana entera y me hubiera recuperado de una larga enfermedad. Ayer un rencor muy grande me ha abandonado como el humo de esa maldita bomba que hemos visto. Me he dado cuenta de lo desagradecido que he sido con mis padres y con Juan desde que he vuelto a Jack Pine, a los que siempre he ocultado mi pesar y muchas veces, por ese motivo, no he sido amable ni justo con ellos, que han intentado ayudarme de la mejor forma que han podido.
No me reconozco viéndome en el acontecimiento de Phantom Ranch. Sé que siempre habría actuado igualmente para detener una situación como aquélla pero no con esas formas, no por lo menos como el primer y único recurso. Nunca he sido así salvo en la guerra; por circunstancias justificadas. No sé qué habría pasado si aquél hombre de las cabañas hubiera vuelto a pegar a su mujer delante de mi o se me hubiera enfrentado cuando me abalanzaba sobre él. Prefiero no pensar en lo que hubiera pasado. Es una sensación muy oscura que en ese momento sentía dentro de mi, y de alguna forma ya era consciente de tenerla aunque no aflorara, pero ahora ya no la siento.
Siempre me he enfrentado a todos los problemas que me he encontrado en mi camino; me parece un acto de cobardía no hacerlo. Sin embargo ahora me doy cuenta de que hay ciertos problemas que por más que quieras, no encuentras la forma correcta de enfrentarte a ellos y en vez de arreglarlos, los empeoras. Quizá no haya sido justo, por ignorancia, al juzgar a otras personas en su forma de afrontar sus problemas.
Me ha gustado ver la presa y me he tomado mi tiempo para estar allí y disfrutar de la vista, y también para hacer un balance de la primera etapa del viaje, que aunque ha sido la primera mitad, fue más larga de lo que será la segunda, ya que ésta transcurre por zonas en general más llanas y con muchos menos rodeos.
Además, al cruzar el río he vuelto a entrar otra vez en el estado de Arizona; esta vez he estado atento al cambio de huso horario.
El próximo punto de referencia que tengo en las rutas que he trazado es Grand Canyon Chapel. Si voy en línea recta me daré de bruces con el Monte Wilson, que está lo suficientemente cerca como para verlo claramente a los pocos minutos de dejar atrás la presa y volver a la meseta.
Como me siento descansado y animado, y me he adaptado sin el menor problema al ritmo de Margaret, que es excepcional, pero no lo he forzado en ningún momento para que se mantenga fresco, por ese motivo, en vez de rodear el monte intentaré cruzarlo por encima, a modo de reto, ya que no es muy alto y no parece difícil. Creo que nos dará tiempo a superarlo de sobra antes del mediodía. Para la hora que es ya está haciendo demasiado calor y apenas hay viento. Me temo que las horas centrales del día serán abrasadoras.
La Venganza
Hemos superado el Monte Wilson sin mayor dificultad. Es un monte pequeño pero el sol apretaba muy fuerte y con viento en calma por lo que en el ascenso, decidí ir a pie para no cargar a Margaret en exceso. Él tampoco está acostumbrado a estas temperaturas tan altas.
Al pasar a la cara este del monte, he decidido que sería un lugar perfecto para descansar, hacer el tiempo y comer. Calculo que en un par de horas el monte proyectará hacia este lado las únicas sombras que veremos en todo lo que resta de día.
Llevo un pequeño termómetro que no es muy fiable porque siempre lo llevo muy cerca de mi cuerpo o del de Margaret; sólo me sirve cuando estamos acampados y no hay sol.
Cuando se empiezan a proyectar las primeras sombras le busco un buen lugar y lo dejo ahí durante todo el tiempo que estamos. Se detiene en algo más de 93°F y ahí se queda durante toda nuestra parada. No es que no conozca esta temperatura; en Los Ángeles no es raro y en Wyoming, algún día de mitad de verano se puede acercar ligeramente. Sin embargo aquí, ni habrá sombra en la que resguardarse, ni vegetación, ni arroyos que refresquen, y la eterna arenisca roja que se ve en todo el horizonte, por más bella que sea, actúa como una gigantesca estufa. Sin embargo no tengo motivo de queja.
El lugar alrededor del monte es de una belleza espectacular con areniscas de diferentes tonalidades, entre el amarillo y el rojo. A lo lejos se ve venir un manto de finas nubes que posiblemente nos ayuden en la jornada de tarde. Y mientras tanto, aquí a la sombra, descansando, relajado y con el estómago lleno se está de maravilla.
Con las últimas luces del día, a pesar de haber hecho una parada muy larga, hemos avanzado mucho. El terreno es muy llano y de buena pisada y finalmente, el manto de nubes nos ha acompañado en buena parte del camino. Aquí es muy fácil encontrar un lugar para acampar.
Por la noche ha hecho muy buena temperatura y he podido dormir al raso, sin necesidad de montar la tienda. Es algo que me encanta. Sin embargo no veo a Margaret.
No es del todo raro porque muchas veces, cuando se despierta se aleja un poco para buscar algo de hierba o algún buen matorral que mordisquear. Pero me incorporo y sigo sin verlo.
Empiezo a otear los alrededores, cada vez con más detenimiento pero nada; hay suficiente visibilidad a bastante distancia y no lo veo. Me empiezo a preocupar.
Veo claramente las huellas donde ha pasado la noche y cómo comienzan a caminar en dirección sur pero enseguida desaparecen. La arenisca del suelo con un ligero viento que hay lo tapan todo y no hay forma de seguir un rastro.
No sé qué hacer, la situación es más preocupante de lo que me parece en un primer momento. Existe la posibilidad de que lo hayan robado pero me extraña mucho en Margaret; sé que me despertaría en cuanto sintiera acercarse a alguien desconocido.
Sea por el motivo que sea, no está. En dirección sur no hay absolutamente nada en cientos de millas. Al norte y al este está el río. También al este está la Reserva India Hualapai pero estará a unas imposibles sesenta millas. Volver en dirección a Boulder es lo más lógico en esta situación pero es una distancia difícilmente abarcable a pie en este lugar; unas treinta millas de desierto y calor, con la salvedad de que muy poco después de pasar el Monte Wilson en el que estuve ayer al mediodía, está la carretera que lleva a la ciudad. Llegar a ella es mi mejor opción.
Pensarlo durante más tiempo no cambiará la situación por lo que me pongo a organizar la salida. Dejaré la silla de montar y las alforjas aquí, y quitaré del petate todo lo que no sea absolutamente necesario. Ya pensaré durante el camino en las consecuencias de todo esto.
Cuando inicio la marcha, distingo en una lejana loma el polvo que levanta el trote de un caballo viniendo hacia aquí. Aunque está lo suficientemente lejos como para no poder distinguirlo, la dirección tan precisa que lleva hacia mi me quita cualquier duda de que es el maldito caballo al que ahora mismo, viendo que se fue por voluntad propia, tengo ganas de retorcerle el pescuezo. Con total motivo y justificación.
Cuando está aún no tan cerca, cambia el galope por un paso ligero muy extraño en él; muy altivo y sin mirarme, con evidente desdén. Conozco a este caballo y esa forma de andar no es la suya; esos andares son fingidos.
Me está devolviendo mi despiste del río Kanab, cuando lo dejé ensillado toda la noche. Me ha guardado el rencor todos estos días con frialdad. En otro caballo no me lo podría creer pero en este sí. Es capaz de dar lo que no da ningún otro caballo, el problema es que es tanto para bien como para mal.
Seguiremos camino como si nada. Enfadarme con él no servirá porque tengo todas las de perder. Casi podría asegurar que es consciente de ello y me lo ha dejado claro.
Lo del Kanab fue un despiste debido a una situación extrema pero lo suyo de hoy ha sido simple maldad premeditada, aunque está claro que no lo entiende igual. Para él, ahora estamos empatados. Tendré que andar con pies de plomo para que el señorito no se vuelva a ofender.
Continuará
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