El Infierno
Con gran firmeza, aplomo y decisión, entramos en el agua otra vez.
Con los primeros pasos avanzamos bien pero enseguida, las patas de Margaret se empiezan a hundir cada vez más, otra vez. Sin embargo no podemos titubear; no hay vuelta atrás.
Margaret entiende que no haya una contra-orden, como si de un soldado se tratase, y empuja con fuerza; gime con fiereza.
Tengo las botas completamente caladas de agua, además de la ropa, y las manos ya me duelen intensamente por el frío y la humedad. Las tengo entumecidas. En ese punto lo único que me preocupa es no poder agarrar las riendas con fuerza por la falta de sensibilidad.
En las piernas hasta siento alivio cada vez que se sumergen pero las gotas que salpican se sienten como agujas de hielo y la ropa ya mojada pero expuesta al aire da una sensación tan fría que duele.
El infierno se debería de representar con hielo, no con fuego.
Justo en ese momento, noto que las patas de Margaret se mueven con más fluidez y se hunden cada vez menos, a cada paso.
La tensión acumulada apenas me hace ser consciente de los últimos pasos; cuando veo que estamos a punto de salir, ya con facilidad.
A partir de hora la tensión deviene en una carrera contra reloj. La hipotermia está entrando en una fase muy peligrosa que hay que frenar con rapidez.
Por suerte, en la pared del cañón hay huecos de sobra donde resguardarse del viento y el matorral es abundante, con mucha leña muerta tirada por el suelo.
Estoy temblando de frío de forma exagerada e incontrolable y me chasquean los dientes con fuerza.
La temperatura ambiente no creo que llegue ni a los 35°F.
Enciendo fuego rápidamente y coloco la lona a modo de techo para que guarde el calor. Además de recuperar la temperatura corporal debo secar la ropa todo lo posible para mañana.
Llevo el saco y la manta de dormir en una bolsa estanca, por lo que se han mantenido secos.
Acercarme al calor del fuego, ya sin la ropa, me provoca un dolor insoportable en las articulaciones que no cesa pero no tengo otra opción.
A duras penas soy capaz de preparar té y buena parte acaba tirado por el suelo.
Se me cierran los ojos de sueño y casi no puedo controlarlo pero temo quedarme dormido ahora. Aprovecho para acumular piedras alrededor de la hoguera, intentando que la actividad me despeje un poco pero lo hago con gran torpeza; no consigo concentrarme.
Escucho a Margaret moverse con inquietud pero a través de la hoguera, con la oscuridad que ya empieza a caer dentro del cañón, apenas puedo ver su silueta. Sé que está cerca del fuego y eso me tranquiliza.
El agua ya hierve. Me la sirvo e intento darle al menos un minuto de reposo pero en este momento esa pequeña espera me parece una eternidad. Lo tomo como sí una llama de fuego me quemara todo el tracto digestivo. El dolor que siento por todo el tórax es indescriptible.
Viéndome incapaz, con mi piel ya completamente seca y libre de humedad, me cierro en el saco. El incontrolable sueño y el dolor intenso no me dejan ni pensar con claridad. En ese momento pienso que cualquier desenlace será bienvenido, con tal de que termine ya la situación, y me dejo llevar.
Sin embargo, aunque por momentos inicio el sueño, el intenso dolor en las articulaciones me hace recobrar la consciencia una y otra vez.
Entonces llevé a cabo una técnica que nos habían enseñado en el ejército para poder conciliar el sueño en situaciones adversas.
Intento abstraerme del exterior y me concentro en la relajación de los músculos de las extremidades. Primero de las piernas. Luego de los brazos. Después el tórax, centrándome en una respiración pausada y uniforme. Y al final, los músculos de la cara y liberar la mente de cualquier pensamiento.
Mohave
Una luz cegadora a duras penas me permite abrir los ojos; no puedo distinguir nada pero el murmullo del río y un fuerte dolor de cabeza me llevan a pensar, no sin algo de humor, que sigo aquí, en el mismo sitio que ayer, y que no veré hoy a ningún ser celestial, si no al maldito Kanab otra vez.
A pesar del dolor de cabeza y del entumecimiento en todo el cuerpo no puedo ignorar un sentimiento de euforia; me siento bien y disfruto de la calidez que hay dentro del saco.
La luz cegadora que me despertó no era porque por fin luzca el sol si no porque es casi mediodía. He dormido más de catorce horas; casi el doble de lo que duermo habitualmente.
Descansaremos hasta la hora de comer para recuperar fuerzas y hoy haremos sólo media jornada.
La ropa está casi seca de todo. Sólo hay algo de humedad en las costuras; nada importante.
Mientras me visto y busco algo que se haya mantenido seco para desayunar, noto que Margaret me sigue con la mirada en todo lo que hago.
Está quieto. Sólo mueve la cabeza para seguirme a donde voy, clavándome la mirada.
Cuando le miro yo, tuerce la cabeza y me mira de reojo. Evidentemente está enfadado y me está echando algo en cara.
Hasta que por fin reparo en el motivo.
—¡Por el amor de Dios, Margaret perdóname! —. Con el ajetreo y la intensidad de la situación de ayer olvidé desensillarlo y ha aguantado todas estas horas con la silla y la manta que lleva debajo, mojada.
Mientras se la quito, me tuerce la cabeza a modo de desprecio. Intento acariciarlo pero aparta la cabeza para que no le toque. Sólo me deja quitarle la silla y secarle el lomo.
Desde ese momento hasta después de la comida, pasará todo el tiempo mirando en dirección contraria a donde yo esté, bien pendiente de mis movimientos, para que me quede claro su desprecio.
Tras la comida, comenzamos a subir hacia la meseta aprovechando el descenso de un arroyo estacional por el que apenas baja un hilo de agua.
Desde el momento que cruzamos el Kanab, hemos dejado atrás el condado de Coconino y hemos entrado en el de Mohave.
Al llegar a lo alto de la meseta, aunque la visibilidad no es muy buena me parece distinguir a lo lejos el monte Trumbull, aunque antes me acercaré hasta Toroweap. Sin embargo, al hacer hoy sólo media jornada, llegaré mañana por la mañana.
La zona es muy llana y el matorral espeso pero de vez en cuando se encuentran formaciones rocosas muy interesantes.
A ultima hora de la tarde, ya en la región de Parashant, encuentro una pequeña depresión que nos protegerá de los fríos vientos de la meseta. Será un buen sitio para pasar la noche.
Sólo llevo cinco días de viaje pero han sido excepcionalmente intensos. Espero que las próximas jornadas sean más apacibles.
Por la mañana temprano, es 23 de abril de 1952 y para romper la monotonía de estos días amanece despejado, aunque más frío. No creo que apenas lleguemos a los 30 ó 31°F pero ver el cielo, que aunque aún está amaneciendo ya es azul, me anima a comenzar la jornada.
Apenas dos horas después de salir, llegamos a Toroweap.
Las vistas del cañón, desde aquí, son espectaculares y sobrecogedoras. Quizá sea uno de los puntos desde donde mejor se distinguen las descomunales dimensiones del Gran Cañón.
Me quedo un rato disfrutando de las vistas e inicio el camino hacia el monte Trumbull. Todavía es temprano y debo desandar parte del recorrido para llegar a Tuweep, punto desde donde me acercaré al monte para bordearlo, sin embargo este lugar se merece cada yarda del camino.
Hacia el mediodía ya estoy a la altura del Trumbull. Por aquí hay mucha más vegetación de monte bajo. Mi objetivo ahora es intentar llegar antes del anochecer al monte Logan, desde donde poder ver Hell’s Hole. En esta época el sol se pone pasadas las siete.
En esta zona, donde por momentos sigo el curso de un camino rodado por vehículos, se ven esporádicamente grupos de dos o tres casas habitadas, varias de ellas por indios nativos, aunque desconozco a qué tribu pertenecen.
En el lado sur del Gran Cañón hay dos reservas, la de los Hualapai y la de los Havasupai. Me inclino a pensar que los que habitan aquí son los Hualapai.
Con tiempo de sobra llego al Logan, al borde de Hell’s Hole. Es una pequeña pero profunda depresión en medio de la meseta.
Este lugar no deja de sorprenderme.
Aunque el día se ha ido nublando progresivamente desde la mañana, algunos rayos de sol del atardecer se proyectan todavía en las paredes de la depresión, resaltando un nutrido conjunto de vivos colores que van desde el rojo hasta el blanco, en medio del verdor de la meseta. El lugar es perfecto para acampar y sobre todo, para ser lo primero que vea cuando me despierte por la mañana.
A partir de aquí, el viaje recorrerá las zonas más áridas y desérticas de toda la región durante muchas jornadas.
Continuará
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