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Viaje al Gran Cañón. Capítulo 2

La Meseta de Coconino

Cuando se empiezan a vislumbrar las primeras luces del día, justo antes de que salga el sol, pasadas unas pocas millas desde Flagstaff en dirección nornoroeste, cuando el cuerpo empieza a perder el calor acumulado en la cama durante la noche, el frescor matutino comienza a transformarse en frío penetrante.

La temperatura debe de rondar los 26°F, que con el ágil trote de Margaret causa una sensación de muy inferior. Todavía se ve mucha nieve acumulada. En el hotel me contaron que la anterior semana pasó un profundo frente frío por la región.

Por los alrededores de Kendrick Mountain, pequeños bosquecillos aquí y allá que acumulan mantos blancos se intercalan con zonas desérticas donde se intuye cada vez más el suelo de arenisca tan típica del condado de Coconino, que abarca toda la zona este del Cañón, y donde pasaré al menos las próximas tres jornadas.

Durante el primer día, el sol y las nubes comparten protagonismo, dejando de vez en cuando cortas y ligeras lloviznas.

No hay más que contar de esta primera jornada que transcurre por una zona ciertamente monótona.


El segundo día comienza también frío.

He hecho una gran fogata bien rodeada de piedras para poder acumular calor por la noche. Un café bien caliente me ayudará a afrontar el frío de las primeras horas.

Meseta de Coconino - Viaje al Gran Cañón. Capítulo 2
Composición 3D: Luis Polo

Todavía en la zona de influencia del extremo oriental de la Meseta de Coconino empiezo a intuir el Bosque Nacional Kaibab, dentro del cual espero una buena jornada antes de llegar, al anochecer, a Grand Canyon Village, donde, debido al clima de estos días, he decidido que dormiré otra última noche en una cama cómoda.

Antes de media mañana, ya entrando en el bosque de Kaibab, el paisaje vuelve a dejar atrás las zonas desérticas transformándose en un exuberante bosque de álamos, abedules y sobretodo abetos.

Es además una excelente zona de caza donde podré acumular carne de venado para varios días. Es un bosque bellísimo del cual me apenará alejarme pero estoy impaciente por conocer regiones más diferentes a las de casa.

A mediodía, aunque sé que estoy ya muy cerca del Gran Cañón, la densidad del bosque me impide ver nada de él.

Sólo soy consciente de donde estoy porque en el suelo se empiezan a ver cada vez más las calizas arenosas del Cañón, aunque en vez del color rojo característico, aquí todavía son colores entre tostados y verdes por la afloración de areniscas de las capas Bright Angel y la Formación Sixtymile, con alguna que otra capa de esquisto.

A partir de aquí es donde Teresa disfrutaría con cada piedra que encontrara, aunque me parece que en ese caso necesitaríamos el doble de tiempo para hacer el viaje.

Justo antes del anochecer, alrededor de las siete, llego a Grand Canyon Village, donde se nota el impulso turístico de esta zona, aunque en esta época del año hay poco más que la población local y podré elegir un hotel cómodo y tranquilo para pasar la noche.


Hay un pequeño motel de madera. Tiene un buen sitio con una zona cubierta y pasto alrededor en la parte de atrás, donde Margaret pasará una buena noche, igual que yo.

A la atención hay un hombre bastante mayor que al verme entrar se ilumina lentamente con una enorme sonrisa.

—Sea bienvenido señor, pase por favor —dijo con una incomprensible emoción, a lo que siguió con un estridente grito:— ¡Netty!, ¡ven, corre!.

A lo que Netty, que luego supe que era su esposa y también bastante mayor, muy bajita y con un mandil puesto, apareció con una asombrosa carrera.

Miró al hombre con extrañeza, y este, con una sonrisa de oreja a oreja y casi entre lágrimas de emoción, giraba la cabeza y movía los ojos repetidamente en dirección a mi. Entonces, Netty me miró y como quien ve aparecer a un ser celestial:

—¡Ooooohh! ¡Errol Flynn!. ¡Pase señor Flynn, por favor!. ¿Desea pasar la noche aquí?. Este es un buen sitio. Pase por favor. ¿Tiene hambre?, ¿quiere cenar?. Tenemos muy buena comida. Mi marido y yo somos grandes admiradores suyos y hemos visto todas sus películas. ¿Qué le trae por aquí?, ¿de vacaciones?. ¿Viene solo?. ¡Parece usted más joven en persona!.

Después de descargar tan amable munición a discreción, aún algo desconcertado, me apenó renunciar a tantas atenciones por destapar la verdad.

—Discúlpenme, por favor. Me confunden; no soy Errol Flynn. Mi nombre es Ricardo Kaplan y si fuera posible, a mi caballo y a mi nos gustaría pasar aquí la noche.

—Ooooohh señor Flynn… o Kaplan —dijo él guiñándome el ojo—, aquí somos muy discretos, no se preocupe. Han venido muchas personalidades que no han querido dejar su nombre real. No se preocupe por nada. Le registraremos como usted quiera y nadie se enterará.

—De verdad, no es que no quiera dar mi nombre; es que no soy Errol Flynn. De ahí que le parezca más joven.

—De acuerdo, faltaría más —dijo mientras me miraban los dos con una sonrisa de complicidad—. Firme aquí, por favor, señor Kaplan.

No será porque no lo intenté pero parece que no habrá manera de quitarles de su error, y a pesar de la verdad, acabé por disfrutar de todas las atenciones posibles durante toda mi estancia allí.

He tenido el placer de disfrutar de su compañía durante la cena e indudablemente, ambos son muy buenas personas y muy profesionales. Quizá aunque no me hubieran confundido con Errol Flynn habría tenido igualmente las mejores atenciones.

Han sabido sobreponerse a la muerte en la guerra de su único hijo de una forma admirable.

Me han hablado de la división a la que pertenecía, de su muerte en la toma de Carentan y de todos los detalles de la guerra sin embargo, me he visto obligado a no compartir mis experiencias en la guerra con su dolor. Conocen la vida de Errol Flynn al detalle y, confundiéndome con él, habrían interpretado como una enorme falta de consideración decirles que estuve al lado de su hijo en Francia.

Phantom Ranch

Por la mañana temprano me tomo un copioso desayuno para emprender camino con los primeros rayos de sol y me despido de mis amables anfitriones.

El día parece que va a empezar soleado pero se ven venir nubes a lo lejos y el mercurio marca 33°F.

Es 20 de Abril de 1952 cuando por fin me encuentro con el majestuoso y sobrecogedor paisaje del Gran Cañón del río Colorado. Las primeras luces que se proyectan entre las lejanas nubes destacan las primeras piedras calizas del estrato Redwall que veo, y que son las que dan el color rojo tan característico de este paisaje.

Ese color, en realidad, es superficial y se debe a las filtraciones de óxido de hierro de las capas superiores del cañón.

Es un espectáculo para la vista, además de un gigantesco libro abierto para los aficionados a la geología.

Iniciamos un fuerte y escarpado descenso hasta el río por el que Margaret se comporta de manera magistral, a pesar de no estar acostumbrado a los suelos duros y rocosos.

Al final del descenso, llegamos al puente colgante que cruza el el río siguiendo el sendero Kaibab. 

Aunque no es de un caudal especialmente grande, la espectacularidad del paisaje que este río va horadando poco a poco lo hacen digno de su fama, y sentir su fuerza bajo mis pies mientras cruzamos el puente, me hacen detenerme durante unos minutos para disfrutarlo.

Cerca de Phantom Ranch - Gran Cañón. Capítulo 2
Composición 3D: Luis Polo

Muy cerca del puente, entrando en el cañón Bright Angel que me llevará arriba hasta North Rim, mientras me acerco a las cabañas turísticas de Phantom Ranch, se oyen a lo lejos fuertes gritos entre los que me parece distinguir las voces de un hombre, dos mujeres y al menos dos niños, aunque los ecos del cañón y el murmullo del río me impiden aun distinguir sus palabras.

Aligero el paso para ver si alguien pudiera necesitar ayuda.

Al llegar a las cabañas me encuentro a un hombre de gran tamaño, gritando y amenazando con golpear a la que parece ser su esposa, la cual se está levantando del suelo y tiene un labio ensangrentado, mientras que sus dos hijos, ambos de menos de diez años le agarran y le gritan a modo de protesta, al ver a su madre humillada de tal manera.

Las familias de las otras cabañas están alrededor, a una distancia prudencial, mirando tan vil espectáculo, mientras la única persona que planta cara al hombre es una joven mujer con el uniforme de la compañía Fred Harvey que gestiona estos apartamentos.

Descabalgo y corro a toda prisa hasta allí, momento en que el hombre, al verme, con mirada amenazante me dice que me meta en mis asuntos.

No podría explicar exactamente el motivo que desencadenó el inmediato desenlace. Quizá tenga que ver con las emociones que se acumulan en una guerra, junto con la traumática muerte de mi esposa embarazada.

El caso es que tuve la sensación como si la cara se me endureciera como una roca, y la cantidad de sangre de mi cuerpo se multiplicara por dos, mientras me acerco fijando mis ojos en los suyos, con paso decidido, mientras mi hombro y mi brazo derechos comienzan a moverse hacia atrás para coger impulso.

En ese mismo instante, antes de terminar lo que acababa de iniciar, el hombre, de al menos 40 libras de peso más que yo, retrocedió levantando las palmas de las manos delante de su cara a modo de protección, suplicando que le dejara e implorando perdón.

Desde ese momento solo recuerdo que una colosal cantidad de ira terminó saliendo por mi boca, dirigida tanto hacia él como a las personas que habían visto el espectáculo sin hacer nada, mientras una chica joven y dos niños pequeños habían sido los únicos que le habían plantado cara a tan despreciable ser.

Después de unos segundos en los que me pareció que hasta el río guardó silencio, la chica de Fred Harvey se acercó cuidadosamente a mi y de forma muy calmada me invitó a tomar un té en la cabaña de recepción, cosa que en ese momento me pareció lo más indicado.

Vi como se fijaba en el notable temblor de mis manos, en el cual ni yo había reparado hasta ese momento; el de la ansiedad después de un acontecimiento de tal magnitud.

Le pregunté por el Ranger de la zona y me dijo que había salido a primera hora a buscar a unos excursionistas que debían haber vuelto ayer a las cabañas.

La joven resultó ser una auténtica y experta aventurera, bien formada en todo lo concerniente al Gran Cañón, motivo por el que tuvimos una calmada e interesante conversación sobre las formaciones rocosas de la región.

De una forma admirablemente sutil, encontró un tema que fuera de mi agrado para calmarme.

Después le dije: —El motivo por el que pregunto por el Ranger es porque me preocupa el estado del arroyo Kanab y el del río Virgen, porque tengo planeado cruzarlos. El primero por el cañón Lawson y el segundo por St. Thomas. Hacerlo me ahorraría un enorme rodeo por Fredonia.

—Las precipitaciones del invierno no han sido especialmente copiosas por lo que si encuentra una zona segura, quizá pueda cruzarlos a caballo. De todas formas, sé que en las últimas semanas ha habido algunas nevadas entre el bosque Dixie y el Cañón Bryce, que vierten buena parte hacia el Kanab. Vaya con cuidado; no son buenos lugares para tener un accidente.

Después de unos minutos de paz e interesante conversación, y habiendo recuperado ya mi pulso normal, decidí que necesitaba un poco de soledad y que lo mejor era continuar mi camino, para poder pensar sobre lo ocurrido esa mañana.

Debo subir por el desfiladero del cañón Bright Angel hasta North Rim, cosa que requerirá toda mi atención. Sin embargo, ha crecido mi preocupación con respecto a los caudales del Kanab y del Virgen.

Hay ciertas cosas que no me gusta dejar en manos del azar y deberé tomar una decisión. No puedo dejar a Juan solo con nuestra empresa para las últimas semanas de la primavera; le prometí que estaría de vuelta para cuando empiece la época de principal demanda de nuestros servicios. Ir hasta el cañón Lawson sólo para ver que no puedo cruzar por allí sería algo desolador para mis planes de viaje ya que no podría hacer frente a la gran demora que me causaría tener que ir hasta Fredonia.

Continuará

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