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El Largo Camino de Juan Broad. Final

(Tiempo aproximado de lectura: 18 minutos)

El Paraíso

Tal y como nos dijo el maquinista, justo al otro lado de la vía está la carretera. El ferrocarril va siguiendo tanto la ruta 10 como el río Yellowstone, que me acompaña desde hace centenares de millas.

Aún queda mucha noche por delante por lo que acampamos al abrigo de un pequeño bosque de acacias pegado al rio. Como todavía estamos muy al norte, las noches siguen siendo bastante frescas aún en pleno verano.

—Hemos tenido suerte —le digo a Ben.

—Sí—, contesta— sin embargo es cierto que esta ruta de ferrocarril no sufre el problema de los polizones y van sin matones. Ya has oído al maquinista; es la primera vez que se encuentra a alguno.

—¿Estás pensando en volver a intentarlo? —le pregunto.

—Sí. ¿Tú no?. Ya lo has visto; no es una ruta peligrosa. Parece muy poco probable que nos vuelvan a encontrar y si es el caso, que nos ocurra algo malo.

—No sé, Ben. Yo no lo veo tan claro. Es posible que hayamos agotado la suerte que teníamos y quizá no la deberíamos volver a tentar. Me lo tomo como un aviso. Al fin y al cabo ya hemos avanzado muchas millas en ese tren.

—Sí pero queda mucho aún hasta California. Quizá no tenga tanta calma como tú. No sé… quizá sea mejor descansar y masticar la idea tranquilamente. Mañana será otro día.

Por todo lo que le he escuchado a Ben desde que lo conozco, aunque no cuente nada de su pasado, es evidente que tiene mucha ansia por llegar; creo que tiene una gran necesidad de empezar una nueva vida y dejar atrás muchas cosas.

A mi me parece que, sea lo que sea que quiere olvidar, no lo conseguirá de esta manera. Yo pensaba que dejar atrás la casa de Williston era como alejarme de mi padre y de su recuerdo, y de muchas cosas más pero no es así. Te puedes alejar todo lo que quieras de los sitios y hacer nuevas cosas pero tu mente sigue siendo la misma y tu pasado sigue formando parte de ti; es lo que te hace ser quien eres y no se puede borrar.

Y eso me alegra. Me alegra saber que sigo teniendo igual de presente su recuerdo por más que me aleje de casa. Lo demás son sólo objetos, cosas; nada más que eso.


Poco después del amanecer recogemos y nos incorporamos a la carretera, hacia Big Timber.

—¿Has pensado en lo que hablamos anoche?, ¿cogerás otro tren? —me pregunta.

—No, Ben, para mi ha sido suficiente; no tentaré a la suerte. No vale la pena.

—No te insistiré, amigo mío. Si has tomado esa decisión, no me cabe duda de que lo haces porque es lo mejor para ti. Te irá bien; te conozco y no me cabe duda.

No me alegra alejarme de Benjamín. Es un hombre al que se le coge aprecio con facilidad y es una buena persona; un buen compañero para hacer un largo viaje.

Al cabo de un rato, añadió:

—Intentaré parar un coche y que me lleve hasta Butte, o por lo menos lo más cerca posible. Allí me será muy fácil coger un tren a Salt Lake. Supongo que tú girarás hacia el sur lo antes posible.

—Así es, la primera carretera que gire hacia el sur, la cogeré.

Ya cerca del mediodía, poco después de dejar atrás una señal que indicaba dos millas hasta Big Timber, escuchamos un coche acercándose. Habían pasado ya varios durante la mañana a los que Ben no les hizo caso pero en este se dio la vuelta con intención de pararlo. En ese momento comprendí que me había estado acompañando hasta asegurarse de que no me dejaba en medio de la nada.

Ben agita la mano en alto hacia el coche y este comienza a detenerse.

—Me alegra haber hecho este camino contigo —me dice—. Sigue siendo como eres y te irá bien en la vida. Si me hubiera encontrado a gente como tú o como los Garcia antes, quizá no tendría que estar haciendo este viaje. Espero que nos volvamos a encontrar, aunque creo que eso será muy difícil. Si no… en la otra vida.

—Sí. En la otra vida.

Ben se subió y el coche se alejó hasta desaparecer. No tenía esta sensación de soledad desde que estuve oculto en el granero del cruce de Judson. Ya hace tres semanas de eso.

No es lo mismo hacer todo un viaje solo, que hacerlo con alguien y a mitad de camino perderlo.


En el pueblo de Big Timber he ojeado un mapa y el río Yellowstone todavía seguirá siendo mi guía durante muchas jornadas, también para girar hacia el sur en un pueblo llamado Livingston. Un buen hombre me ha acercado hasta allí en su camioneta.

Juan Broad. Biografía. Big Timber - Ricardo Kaplan - El Largo Camino de Juan Broad. Final
Composición 3D: Luis Polo

A partir de ahí, aún debo seguir este río hasta encontrarse con el arroyo Gardner, justo antes de entrar en el estado de Wyoming.

Desde Livingston he tenido que seguir a pie. El paisaje está empezando a cambiar; cada vez veo más montañas en el horizonte.

Al día siguiente, el primero de Agosto de 1930, pronto consigo parar un coche. Tras charlar un rato, el hombre me ofrece un par de días de trabajo en su granja. Parece que una vez más tengo suerte.

Son un matrimonio de mediana edad con un hijo adolescente. Su casa está en unas condiciones lamentables. Lo digo así porque parece más por dejadez que por falta de medios. Hay mucha suciedad y trastos viejos tirados por todas partes.

Son un tanto indiscretos en sus preguntas y no parecen muy educados. Aunque hay otras casas cerca no parecen gente de comunidad pero me han ofrecido trabajo y un catre por lo que igualmente les estoy agradecido.

Tras una charla que más parece un interrogatorio, el hombre, llamado Daniel, me dice: —Bien, como te he dicho, puedo ofrecerte trabajo para hoy y mañana, y podrás quedarte a dormir la segunda noche antes de marcharte. Te pagaré dos dólares. ¿Estamos?.

—Sí, gracias por su hospitalidad, señor.

—De acuerdo. Tu sitio está en la tienda de lona que hay tras la casa. En ella podrás pasar estas dos noches. Limpia todo alrededor de la casa y cuando acabes ya te asignaré otra tarea.

No temo al trabajo duro pero, tras ver la parte de atrás, esta casa es realmente un enorme y sucio vertedero. No estoy seguro de poder arreglar esto en dos días. La tienda donde dormiré está también sucia, agujereada y huele mal. El viento entra por todas partes.

No debería de juzgarles sin saber. Quizá tengan algún problema de salud o algún otro impedimento que desconozco pero que no es de mi incumbencia.

Daniel me muestra unos bidones donde dejar la basura, se mete en casa y no lo vuelvo a ver salir en todo el día.

El chico, que apenas tendrá dos o tres años menos que yo, revolotea todo el día a mi alrededor pero sin ayudar en nada. Está claro que nadie le ha enseñado educación ni ningún tipo de disciplina. Sólo me interroga y muestra cara de desdén a todas mi respuestas. Cuando cuenta él algo es para pavonearse de que le pega a otros chicos. Es muy desagradable. El tiempo pasa terriblemente despacio.

Hacia el mediodía, la mujer llama al chico a comer y sobre una hora después, me trae un plato con una patata y un trozo de tocino frío, que trago lo más rápido posible para no alargarlo.

No les he vuelto a ver en todo el día. He cenado esa noche y desayunado al día siguiente de la comida que llevo en mi hatillo.

El segundo día ha sido igual, con la diferencia de que el chico no ha salido durante la mañana pero sí por la tarde y ha incordiado sin parar hasta que su madre lo llamó a cenar. Después volvió a salir pero anduvo a su aire, por suerte para mi.

Al final, ya con el sol poniéndose, creo que he dejado el exterior de la casa bastante decente y puede pasar por un lugar habitable.

Estoy completamente agotado y creo que ni me enteraré de las penurias de dormir en esa tienda.

Nada más entrar en ella, escucho un coche parar delante de la casa pero no reparo en él porque inmediatamente noto algo raro en mis cosas. No están como las dejé. Alguien ha hurgado en ellas y ni se ha molestado en disimularlo.

La comida parece estar toda en el hatillo pero rápidamente me dirijo al bolsillo de la chaqueta donde guardo el dinero. Entre lo que he gastado y lo que he trabajado tengo más dinero del que tenía cuando salí. En total, quince dólares y treinta y cinco centavos; lo sé sin lugar a dudas. ¡Y no está!. Ni un centavo.

En ese momento alguien se acerca a la tienda y, nervioso e indignado, salgo para ver qué está pasando. No estoy en situación de poder quedarme sin dinero.

Quien se acerca es un agente de policía que nada más verme, me pregunta: —¿Quién es usted?.

En ese momento, palidezco ante la idea de lo que puede desencadenar todo esto, dada mi situación de fugitivo, sin embargo parece que eso ya no tiene vuelta atrás.

—Mi nombre es Juan Broad. He sido contratado por ese hombre, Daniel Schultz, para hacer algunos arreglos en esta casa.

La familia permanece dentro de casa, mirando a través de una ventana cerrada.

—Los Schultz —dice el policía girando la cabeza hacia la casa— le han denunciado como un vagabundo que ha entrado aquí sin permiso y que les está robando.

—¡Por el amor de Dios!, llevo aquí trabajando a destajo desde ayer por la mañana. ¡Si precisamente acabo de comprobar que me falta mi dinero!.

—¿Está usted diciendo que le han robado? —dice el policía girando la cabeza hacia la casa y elevando el tono en una extraña forma que no alcanzo a comprender.

—No quiero acusar a nadie de ladrón, quizá haya sido una travesura, no lo sé. Yo sólo sé que mi dinero estaba en mi chaqueta y ahora no está por ninguna parte.

—Espere ahí, no se mueva.

El policía se acerca a la ventana y les pregunta si saben algo del dinero que había en mi chaqueta, a lo que toda la familia responde negando ostensiblemente con la cabeza, con falsas expresiones de indignación.

—Bien, señor Broad, acompáñeme por favor.

—¿He perdido mi dinero?. No puedo perderlo; ¡es todo lo que tengo!.

—Lo siento pero sí, lo ha perdido —contesta secamente el policía.

Mientras pasamos ante la ventana donde están los Schultz, el maldito chico, tras asegurarse de que el policía no le ve, me dedica una estúpida risa burlona.

Ya en el coche, le pregunto al policía: —¿Qué me va a pasar a mi, señor?.

—Usted no se preocupe. Vamos a comisaría y allí hablaremos.

Estoy realmente desbordado de indignación. Es el final de mi viaje y ya me veo pasando años en prisión, precisamente tras haber sido víctima de un robo, y sin poder ver a mi familia hasta sabe Dios cuándo. También me parece especialmente indignante que tras toda la buena gente que me he encontrado en todo este recorrido y que me ha ayudado a llegar hasta aquí, los únicos malnacidos que encuentro acaben con todo eso, como si sólo hiciera falta un poco de mal para superar a una enorme cantidad de bien.

Ya en comisaría, el agente me sienta ante su mesa y él también toma asiento. Me llama la atención que no coge nada para tomar notas.

—¿A donde se dirige usted? —me pregunta.

—Voy hacia el lago Tahoe, en California.

—¿No va a la fruta?.

—Quizá más tarde. Ahora me dirijo a casa de un familiar.

—Verá—, me dice— no se inquiete; no voy a detenerle ni a ficharle. Llevo ya muchos años en esto. Sé distinguir a un mentiroso y usted no lo es. También conozco a los Schultz desde hace muchos años y es la peor clase de ser humano que haya pisado jamás el condado de Park. Son un auténtico quebradero de cabeza y no tienen más habilidad conocida que la de dar todo tipo de problemas. Son embusteros, son ladrones, son timadores y un larguísimo etcétera. Jamás ha salido algo bueno de esa casa excepto para escapar de allí. ¿Su dinero?, créame que lo lamento pero no puedo hacer nada si no tengo una prueba evidente y ellos jamás lo admitirían ni ante el más elocuente interrogatorio; tendrían que tener algún tipo de remordimiento para eso y no lo tienen. Podrían robarle el sonajero a un bebé y lo celebrarían como un logro.

Su charla me dejó mudo. Estoy sin blanca pero aliviado de ver que por lo menos no era el final del camino. Además, me hace comprender que lo ocurrido en Williston, a esta distancia es algo insignificante que no le importa a nadie. Tras unos segundos, me ofreció un cigarro y ambos fumamos. Luego continuó:

—Siento lo que le ha pasado. Este lugar está lleno de buena gente y lamento que se lleve una mala impresión. Es evidente que su situación no es buena pero no le juzgo por eso. Mucha gente de aquí también ha tenido que marcharse por las circunstancias que vivimos y por culpa de eso hemos perdido buenos vecinos. Gente que ha hecho de este lugar un buen sitio. He rezado para que esta maldita crisis se llevará de aquí a los Schultz pero resisten como las ratas, siempre a costa de los demás. Le han detectado y han ido a por usted, como alimañas, a aprovecharse de su situación.

Y añadió: —Le contaré algo para que se haga una idea de su catadura moral. Daniel tiene un medio hermano que se llama Billy y que viene de vez en cuando. Es otra pieza cortada por el mismo patrón. Se queda con ellos algunas semanas, luego desaparece durante unos meses y vuelve otra vez. A menos de media milla de ellos, hace unos cuatro años se asentaron los Ingram; un matrimonio mayor que venía de Seattle. Heredaron la casa y vinieron a retirarse aquí buscando un lugar tranquilo. Eran muy buena gente, de esos que piensan que en el fondo, todo el mundo es bueno. Fueron muy bien recibidos y se integraron muy bien en la comunidad. Se interesaron por los Schultz e intentaron ayudarles, convencidos de que eso era posible. ¡Incautos!. Les enseñaron a hacer un montón de cosas; a apañárselas por sí mismos mediante el trabajo. Intentaron culturizar al chico; le enseñaron a leer y a escribir y organizaban lecturas de libros con ellos hasta que un día, mientras los Ingram estaban de visita, alguien se coló en su casa, cogió todo lo que encontró de valor y prendió fuego al edificio. Ese mismo día, Billy volvió a desaparecer y unos días después, los Schultz tenían una camioneta nueva. Todos nos ofrecimos a ayudar a los Ingram a construir otra casa; no queríamos que se fueran pero no quisieron saber nada y se marcharon de vuelta a Seattle con lo puesto. Creo que los Schultz consiguieron que perdieran la fe en el ser humano. Estas cosas hacen que la gente, lógicamente, dé la espalda a los Schultz, lo que a su vez sirve a los Schultz para justificar su odio por todo lo que les rodea.

—Malditos sean —añadí.

—Amén a eso; malditos sean —y añadió: —Es usted libre de irse cuando quiera pero quiero invitarle a dormir aquí. Sé que no le agradará la idea de dormir en un calabozo y no es precisamente cómodo pero como no se usa apenas, está limpio y además estará resguardado del frío. Puede verlo; hay cosas peores. Y le prometo que cuando se despierte, la puerta de la celda seguirá abierta —ambos reímos.

El policía tenía razón. Al lado de la infame lona de los Schultz el calabozo parecía un hotel y estoy tan cansado que podría dormir hasta sobre unas zarzas.


Durante todo el mes de Agosto y los primeros días de Septiembre, todo ha transcurrido con total normalidad. He seguido parando aquí y allá, trabajando para vecinos, caminando, trabajando…

He entrado en el estado de Wyoming por el corazón del Parque Nacional Yellowstone. Me han advertido de que esta es una zona muy despoblada, enorme, y no debería de intentar cruzarla a pie, especialmente ya a punto de comenzar el otoño.

El Largo Camino de Juan Broad. Final. Golden Gate Canyon
Composición 3D: Luis Polo

Un amable agente del Servicio de Parques me ha dicho que si busco un trabajo para algunas semanas, esta es una excelente época aquí si tengo experiencia en la pesca con mosca. Superando una prueba de capacitación, podré impartir cursos para los turistas de ciudad que llenan el parque en esta época de truchas, en una de las diversas empresas que organizan rutas guiadas. Él mismo me ha acercado hasta el pequeño pueblo turístico de Canyon, donde me harán la prueba. Tengo bastante experiencia; en Williston hay ríos y arroyos de sobra. Precisamente el Yellowstone confluye con el Misuri a apenas tres millas de casa… o de lo que antes llamaba así.

Me he enamorado de esta región desde el primer día que he entrado en ella. Me parece la tierra más bella que he visto nunca. Las pruebas han ido muy bien y he estado tres semanas trabajando como ayudante de guía de pesca en la zona. He disfrutado cada minuto como si hubiera llegado a la Tierra Prometida que borra todos los males pasados. También he conseguido volver a juntar algún dinero.

Desde allí, me han llevado hasta Jackson, cruzando el Parque Nacional Grand Teton, tan bello como el anterior. Esta zona de las Rocosas es mi idea del Paraíso.

Jackson es un pueblo muy pequeño pero muy agradable. Mientras tomo mi almuerzo en un banco de un pequeño parque, un matrimonio con un hijo de unos catorce años se sienta en el banco de al lado y comenzamos a charlar. No puedo evitar rememorar a la familia Schultz, sin embargo, estos, aunque curiosos, son discretos en sus preguntas y muy educados.

Creo que en estos tres meses he desarrollado una gran experiencia para reconocer qué tipo de persona es cada una en unos pocos segundos por su forma de hablar, por su forma de gesticular y por la forma de relacionarse con otras personas.

El matrimonio es muy afable y respetuoso; tienen un trato muy sencillo y familiar que te hace pensar que los conoces desde hace tiempo. El chico atosiga a preguntas a pesar de las advertencias entre risas de los padres pero a diferencia del de los Schultz, lo hace con verdadero interés por escuchar las respuestas. Son muy agradables.

Lo que en ese momento todavía no sabía es que este encuentro marcaría el primer día del resto de mi vida. Como quizá ya imaginaréis, este matrimonio son los Kaplan y el chico es Ricardo, que en poco tiempo acabarán convirtiéndose como en una segunda familia para mi.

Los Kaplan, dedicados principalmente a la cría de caballos, me ofrecen trabajo por algunas semanas y me llevan en su camioneta hasta la pequeña localidad de Jack Pine. Aunque su fuente principal de ingresos son los caballos, saben aprovechar y adaptarse a diversas oportunidades gracias al audaz conocimiento de su entorno, al amor por el mismo y a que son gente cultivada y con estudios. Todo esto y una pizca de suerte les ha permitido sobrellevar la Gran Depresión casi sin consecuencias para su economía. Tienen una vieja cabaña de un antiguo capataz que, aunque en desuso, sólo necesita una pequeña puesta al día y me la han ofrecido desinteresadamente mientras trabaje con ellos.

Si el pasado Julio, en el último día que pasé en mi ciudad natal de Williston, me hubieran dicho que iba a tener la vida que he empezado hoy mismo, sólo tres meses después, con un buen trabajo decentemente remunerado, en paz, en un lugar bellísimo y conviviendo con estas excelentes personas, habría pensado que me estaban tomando el pelo.

En aquél momento mi principal objetivo era llegar a California de la forma menos mala posible y sin acabar en un calabozo, reunirme con mi familia y malvivir juntos en trabajos esporádicos y mal pagados.

Desde ese día he podido viajar cómodamente a reunirme con ellos, ayudarles a salir adelante hasta que las cosas se fueron normalizando y pudieron vivir sin falta de nada. Nos vemos regularmente.

El Largo Camino de Juan Broad. Final. Jack Pine
Composición 3D: Luis Polo

Esta historia que os he contado y que aquí finaliza, es la que viví durante algunos larguísimos meses del terrible año de 1930, cuando todo parecía venirse abajo y desgraciadamente, para muchos así fue. Hoy parece muy lejano pero estas cosas nunca llegan a ser suficientemente lejanas por mucho que algunos quieran mirar para otro lado; cosa que no sirve para nada bueno.

¿Sabes eso que dicen de que si no conoces el pasado este tiende a repetirse?. Lo peor es que aún conociéndolo lo volvemos a repetir igual.

FIN

Puedes ver aquí la Biografía de Juan Broad

Aquí puedes ver todos los capítulos de Juan Broad. El Largo Camino

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